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La Guacha Revista Nacional de Poesía N° 56 [Julio de 2023]

LG-Vos decías que intervenías de alguna manera los libros que llegaban a tu editorial

 

AC-Lectura con intervención: alteraciones, recortes o modificaciones que le propongo al autor. A eso me refería, aunque es el autor el que tiene la última palabra al respecto.

 

LG-¿En qué consiste, cómo se da esa intervención?

 

AC-Los libros que publicamos en Barnacle son aquellos que como editor puedo refrendar en público. En caso de no poder acompañar un libro, es decir si el libro no logra captarme como lector, se lo hago saber al autor. De manera directa. Un acto de responsabilidad. Gestos de urbanidad. Leo cada material dos o tres veces y eventualmente propongo modificaciones: intercalar, modificar o suprimir lo que en mi lectura entiendo resta gracia o música a los versos. Nunca agregaría texto. De esta labor también participa el poeta Lucas Peralta.

 

LG-¿Buscás el estilo del autor o que siga tu estética con tu intervención?

 

AC-Ese proceso depende de la intención del poeta. En un alto porcentaje de los libros hay dos o tres poemas intervenidos. Otra manera es ordenar el texto. Me pasó recientemente con Alberto Pipino; él envió una serie de poemas sin un orden que lo convenciera. Este autor es alguien que vive en el exilio, que mira al país, a su Ítaca, con los nombres que le son más próximos. Hice una lectura posible a partir de la nostalgia (en su sentido etimológico, regreso del dolor) que me sugerían los poemas y logré organizarlos bajo esa lógica. Una referencia arcaica. Aunque un poema siempre es un misterio y en cada palabra es posible un prodigio.

 

LG-Es una intervención desde tu estética, entonces

 

AC-Barnacle es una editorial que tiene su estética en cuanto a la factura del libro propiamente dicho y sus correspondientes modos de difusión. No participa de la superstición basada en la estadística para publicarlos. Qué obras y cuáles no, lo decido solo. Aquello que publico lo acompaño materialmente, es decir pongo el cuerpo por ello. Cosas concretas. Cada libro cuenta con una serie de lecturas audiovisuales (booktrailers y demás) que apuntan a captar la atención de un probable lector. Son presentados en el Centro Cultural de la Cooperación, ferias de libros, ciclos de lectura, etc.; todo eso no mejora el libro, lo postula bajo otras formas. Este año publicamos seis libros de autores cordobeses que iremos a presentar in situ: Nélida Cañas, Mirtha Lucía Makianich, Pablo Seguí, Gabriel Pantoja, Alfredo Lemon y Daniel Vaca Narvaja.

 

LG-¿Cómo surge el proyecto de Barnacle?

 

AC-No hay ninguna ciencia en armar una editorial. El derrotero en este caso podría ser el siguiente:  Mangieri fue el primer editor con el que me comuniqué con la intención de publicar un libro. Busqué su número en la guía telefónica y lo llamé. Me atendió y concertamos una entrevista. Leyó mi texto y me conminó a volver llamarlo una semana después; eso hice y me dijo que estaba interesado en publicarlo. Pasó algún tiempo y luego murió. “Al escribir, siempre lejos de la victoria”, me dijo. Me regaló libros del depósito que tenía en un local contiguo a la casa. Era un editor, a la vez tenía una editorial, respondía los llamados, leía el material y luego daba una respuesta al autor. Finalmente publicaría mi primer libro con Patricia Bence Castilla; fue la única editora que respondió a los correos que le había enviado. Recuerdo ese proceso con mucha gratitud. Pasado un tiempo la consulté por el libro en relación a lecturas, revistas, etc.; ella me contestó que esa instancia también dependía del autor. Acaso sin proponérselo me dio una idea de la que surgiría Barnacle: no sólo hacer los libros sino mancomunar esfuerzos con el autor en vistas a la difusión de cada libro, cada cual desde su rol.

 

LG-¿Armaste tu editorial porque no te publicaban?

 

AC-Me rechazaron innúmeras editoriales, hasta lograr el beneplácito en Ruinas Circulares. Después organicé Barnacle para publicar mis otros libros. Compruebo a diario que en ningún otro lugar me tratarían como en Barnacle. En el principio no pensaba publicar libros de otros; pero ocurrió así. Una autora me acercó un trabajo al que le di idéntica consideración que al título liminar de la casa que fue “El movimiento obrero granizado”. Ahora publicamos libros que me atribuyo y libros de otros. Eventualmente podría dejar de publicar libros de otros autores.

 

LG-¿No se tergiversa así la función del editor?

 

AC-No. La edición literaria de los libros que firmo están a cargo de Lucas Peralta. Vos me decís “cualquiera arma una editorial”. Eso es cierto. Ahora por ahí conviene que concurran dos factores que complementen esa idea. El primero sería que el editor ejercite la lectura y segundo (y deseable) que sea afecto a los libros. Ambas son cosas que uno nunca hará por dinero.

 

LG-Entonces es un negocio

 

AC-En un sentido estricto, sí: negación del ocio; el tiempo que podría destinar al aprendizaje del chino mandarín o cualquier otro pasatiempo lo destino a la editorial. No hay una vanidad que sea mejor que la otra. ¿Por qué se publican los libros? El universo no está esperando los libros de nadie. A los dos años, en mi caso, escribo otro libro. Y a los cinco, el libro se rompe (o los rompo). Producto de intercambio, mercancía. Libros. Manchas de foxing. Erratas. Confidencias, miserias, querellas. La pequeña mitología literata. Un poeta cuyo nombre me guardo de revelar diría:”¡qué alegría más loca!”

 

LG-Los libros de todos modos producen su impacto en la realidad igualmente

 

AC-El plan de operaciones de Moreno, sin Castelli que fusilara, eran mera tinta y papel. Pero si un autor piensa que su libro influye en la modificación de la realidad, nadie tendría por qué contradecirlo. Son maneras de percibir el universo. Viví en Cañuelas, una aldea medieval con drugstores, hasta el 2005 (no había lugares donde se leyera o se instara a hablar de libros); publiqué mi primer libro en 2012 (no lo presenté). Tampoco soy un concurrente profesional a las lecturas públicas. Muchas veces trabajamos en conjunto con algunas editoriales: Clara Better de Gito Minore, Elefante Negro de Patricia Verón; Dedalus de Eugenio López Arriazu. Es una manera amable de participar en el mundo.

 

LG-¿Qué es la poesía, entonces?

 

AC-Es pisotear la propia sombra, estar vivo. Y aquello que no sirve para la poesía; sin ir más lejos, esta madrugada festejábamos el cumpleaños de mi hija menora, felices de estar juntos. No es algo que vaya a incluir en un poema. Lo más interesante que me han dicho después de una lectura es que a alguien le dio ganas de romper todo luego de escuchar los poemas. Uno es un principiante ante el hallazgo de las palabras. Tampoco podría vivir en estado de poesía, porque no estoy en estado y no creo en el Estado, porque ambas instancias roban tiempo y energía. Igual gracias a quienes sí logran esa proeza, es que les debemos la aparición de libros geniales todo el tiempo, acaso porque no tengan otros para publicar (o para glosar).

 

LG-Desde esa perspectiva ¿cómo ves lo que se está escribiendo hoy?

 

AC-Hay voces personalísimas, singulares: Franco Rivero, Elena Anníbali, Emilia Carabajal, por nombrar tres autores. Hoy la web (internerd) y las múltiples editoriales del género ofrecen la información necesaria para tener un panorama federal de lecturas. Luego hay libros que no me gustó leerlos; son mis limitaciones. Cuando te dicen de un poeta que es el Walt Whitman argentino y uno no logra percibir al bueno de Walt redivivo: bueno, es nuestra limitación. Hay un panorama distinto al que se presentaba como un eje de lectura hasta no hace muchos años (la mentada generación del 90), cuando parecía existir una estética hegemónica, circunscripta a una cuestión geográfica: Bahía Blanca, Rosario, Buenos Aires, un eje cerealero, escribieron en alguna parte.  

LG-¿Pasa con tus textos?

 

AC-Todo cuanto encierra el libro ya es conocido por el poeta y por el hipotético lector; y no es necesario que nadie lo explique. En ese sentido, mis libros significan algo que yo recuerdo o que he tenido la precaución de imaginar. Por caso, “Robé un auto para trasladarme a las soledades vivientes” puede ser leído aunque se ignore que existió un grupo llamado Hermética, un disco titulado “Ácido argentino” y un género denominado trash metal. Quien leyese no tiene por qué saberlo. En los textos hay referencias que hoy resultan oscuras: Banchs, Carriego, Darío, Hernández. El libro en el que estoy trabajando, “Clase 75”, incurre en una temática puntual: los años heroicos y peligrosos contra el menemato (la Ley de Reforma del Estado y el Plan de Convertibilidad, situaciones que consumaron otro esquema productivo, inflacionario, dónde y quiénes concentraban y centralizaban el capital) y su natural desenlace en el 2001, la instancia pública concreta, la militancia política ideológica y el riesgo que ello implicó: ¿ves estas marcas de psoriasis? Las llamo daño permanente.

 

LG-¿A qué te referís con daño permanente?

 

AC-A lo que dejó (en mi caso) esa experiencia sobre el cuerpo. Cosas concretas. Planes económicos. Cajas P.A.N. A una generación que se alimentó durante un par de años con soja destinada a la exportación, en principio para alimentar reses y cerdos (era más barata que la destinada para consumo humano), que contenía, legalmente, hasta cien veces más de biocidas. Con la debacle del año uno del siglo, se repartía en los barrios populares un balde de cinco kilos por semana de esos granos, para los que estábamos sin trabajo. De alguna manera la lengua resultó afectada. A través de la escritura redoblé mi militancia política orgánica en CTA, FRENAPO y en el PC (en Izquierda Unida): solicitadas, panfletos, debates públicos en las llamadas mesas de diálogo. Pedían lo mismo que ahora: paz social, conciliación. Integrarse. Cuando hablamos de política, hablamos de una irradiación también. Una rosa de dispersión. En los libros traté de contarlo. Contar nuestros muertos. Una versión de los hechos. Cortar rutas, enfrentar a la Gendarmería, armar comedores o bibliotecas populares, bloquear la producción de Loma Negra o Molino Cañuelas, acampar en la entrada de esas empresas. La escritura era una situación anexa. En los cortes de ruta, nunca arrojamos libros. Por eso al hablar de poesía, me refiero a un placer barato como sentarse al sol o silbar un chamamé. La batalla cultural persiste en esos resquicios. La batalla continúa. Nunca fuimos intrusos en el pueblo. Yo no era así, quedé así. Nuestra venganza fue sobrevivir.

 

LG-Pero la participación política sin ideas no sirve para nada

 

AC-La literatura permite recuperar en el pensamiento el lugar que los hechos perdieron para la práctica, que es también una manera de asumir las posibilidades y las derrotas. Soy un trabajador entre trabajadores. Voté al presente gobierno. Estoy lógicamente decepcionado. Como en otras épocas del país, el presente no opone sólo individuos sino dos órdenes irreconciliables: la brega por la conquista de una superior calidad de vida o todo cuanto el pensamiento humanista rechaza; por caso, que el hijo del barrendero muera barrendero (con esa premisa se han bombardeado plazas y derrocado gobiernos). A mi padre se lo llevaron detenido del Mercado Central en 1976. Era delegado del gremio de la construcción. Sufrió la tortura. Cuando en 1987 volvió a ser delegado le pregunté por qué reincidía. Comemos parecido y alguien tiene que hablar, me dijo, alguien tiene que dar la palabra. Siempre hablé en las asambleas. Pero una cosa es escribir y otra la militancia concreta. En todo caso “nos vemos en los libros”, todo lo que intenté decir de manera escrita, está ahí, incompletamente.

 

LG-Inevitable volver al tema de los libros y tu rol de editor

 

AC-Cuando publiqué mi primer libro no tenía ese rol. Tampoco lo ambicionaba (era obrero en el gremio de la construcción). No publiqué mi primer libro hasta que esa decisión, ese acto, no implicara arriesgar la economía familiar. Hablar de dinero es de alguna manera disolver viejas mitologías idealistas. Ya fuere dinero del erario o de particulares. Vendemos la fuerza de nuestros músculos y nuestras manos, al escribir libros o al hacer libros.

 

LG-¿Cómo debe aproximarse un lector a tu escritura?

 

AC-Con amor o con odio, pero siempre con acritud. Ojalá al leer pudiesen encontrar alguna música. Ahora estoy grabando y transcribiendo a mi madre; los cuentos que ella nos contaba cuando éramos chicos. Cuentos del campo, sucedidos, anécdotas que eran para nosotros el mundo, nuestros personajes de ficción literaria. En su economía, en su rispidez verbal está aquello que persigo (vanamente) al intentar escribir. Rispidez significa trabajo en negro, e incluso abstracciones inverificables (hasta el presente) como libertad o progreso (sus consignas, complicidades y amenazas), vivir sin intervención estatal, etc., un ejemplo: el agua potable llegó al lugar donde nací recién en 2006. Ahí está la marca, un tamiz verbal. Guardo en la memoria frases de mi abuelo, por ejemplo: “Tengo un loro muy hablantín”, decía, o “cosechaban el trigo de este altor”. El otro día mi mamá les contaba a sus nietas cómo eran los prolegómenos del trisagio, que eran los cantos que se entonaban para velar a los niños muertos: “compongansén bien las gargantas”, les citaba. Y agregaba: “lo que pasa es que hablamos torcido”. Acaso el camino del poema sea hablar torcido, no ampararse en la ortodoxia de la lengua castellana. El castellano de las casas es un castellano del desarraigo: dos personas, mis padres, quichuahablantes, migran desde el campo para ganarse el pan en una ciudad como esta. Mi mamá no dice “Dios aprieta, pero no ahorca”, dice “Dios no busca/ soga para castigar”. Ahora, por primera vez estoy haciendo un taller de lectura de poetas del siglo de oro con el ya mítico poeta sanvicentino, Pablo Seguí.

 

LG-¿Cuál es la música de tus poemas?

 

AC-Tratar de distinguir un instante precioso de otro. Salvo en el primer y el sexto libro, no conté las sílabas para intentar captarlo. El primero es fallido en eso, porque pasaron muchos años entre la escritura y la publicación, entonces, casi no me acordaba de por qué había usado determinadas palabras, así que tuvo muchas enmiendas. Pero ahí están las palabras, es decir, la diferencia del mundo.

 

LG-En tu poesía confluyen el lenguaje familiar, el territorio, tus lecturas

 

AC-La palabra supone la experiencia, decía Borges. Hablo sobre aquello que recuerdo por segunda vez y de lo que pude llegar a imaginar y aunque la experiencia no es una ciencia exacta, es la más experta que hay.

 

LG-¿Qué sentido tiene un libro de poemas de amor como los de “Todos queremos ser hallados” hoy?

 

AC-En el “Martín Fierro”, durante la payada, el moreno canta “donde hay vida hay amor”. Por ahí tiene que ver con eso. “Todos queremos ser hallados” es un libro del encierro, escrito durante la pandemia, corriendo riesgo de vida y tal vez el amor implique alguna de esas variables. Es como tratar de explicar las mismas cosas desde la perspectiva de la distancia, o como trabajar sobre el recuerdo de algo venturoso. Un intento de reelaborar la inquietud que precede al misterio y, a veces, al desastre. Escribir demuestra que también se puede soñar con miedo.

 

LG-Pero es un gesto inactual

 

AC-Cuando me planteé escribir sobre eso, me di cuenta de que no hay muchos modos de encarar un poema de esa índole. Y que muchas de las formas para intentarlo son remanidas. Hay soluciones que son más fáciles que otras y está bien que así sea. De hecho, muchos de los poemas tenían finales que eran más bien producto del impulso o la intencionalidad de quien tiene la ilusión de que un verso incida sobre la realidad o sobre el destinatario del mismo. Puede ser leído como una carta, como la conversación con un ausente, digo, un acontecimiento de la soledad. “Oquei, gracias” también es un libro con poemas sentimentales; otro libro de gratitud y desesperación.

 

LG-A propósito de cartas, este año estás invitado a participar del proyecto de la Fundación Andreani.

 

AC-Es el tercer año que se lleva a cabo. Me convocó Julián López junto a otros once escritores. Se trataba de escribir una carta a partir de un viaje a través del Riachuelo (que tuviera que ver con ese entorno). Escribí esa carta teniendo muy presente a Ezequiel Demonty. Empieza así: “A Ezequiel Demonty lo mató la policía. La Policía Federal de la Ciudad Autómata de Buenos Aires”. El texto será incluido en una antología que se titulará “La carta perdida”.

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